martes, 22 de septiembre de 2009

Libertad, entre la escritura poética y la escritura política
Sandra Carli


“...cada frase, cada oración, es fin y es principio,todo poema es epitafio. Y toda acción es un paso hacia el tajo, hacia el fuego,hacia la garganta del mar, o hacia una piedrailegible: y allí es donde empezamos.”
T.S.Eliot. Little Gidding.


En el reverso de una postal de Mallarmé empiezo a escribir algo que pretende jugar con ese movimiento al que invita el título de este número de la revista. Quizás, alentada por la metáfora fundante de la poesía moderna, el golpe de dados (1), las piezas de este texto se descoloquen, caigan azarosamente y se ordenen de alguna manera desde un pensamiento que interroga dos esferas aparentemente antagónicas: la política y la poética.
Desde el campo de la teoría y de la política, pocos pensadores parecen trabajar creativamente desde la tensión entre ambas esferas. Tanto Hanna Arendt como Walter Benjamín (2) coincidieron en un pensamiento a la vez político y poético, donde la dimensión de lo poético se jugaba en el terreno de la escritura, pero también en la elección de los objetos del pensamiento, en ese desplazamiento entre ámbitos aparentemente dispares o inconciliables: el fenómeno de los nacimientos y las críticas al totalitarismo, la crianza y la política, en el caso de la filosofa alemana, los objetos cotidianos más diversos (juguetes, libros, etc) y la estética moderna, las filosofías de la historia y las imágenes urbanas, en el caso de Benjamin.
Se encuentra otra política de la escritura en aquellos autores que, preocupados por los fenómenos “políticos” de su tiempo, ensayan una forma de inscripción de su pensamiento en la que algo del orden de la libertad poética se despliega. En Nietzsche esto se produce obviamente, pero también en la escritura de una figura como Paulo Freire, que compartió con Arendt ciertas influencias filosóficas como la de Jaspers. Una política diferente de la escritura tensa en Freire la reflexión sobre la educación, moviéndose entre la interrogación política, estructural, y la introducción de la cuestión singular, subjetiva, admitiendo siempre aquello desconocido de uno mismo que irrumpe de todas maneras: ¿no incluye acaso una dimensión poética el análisis que hace Freire de la relación educando-educador, en la que la alienación no se reduce estrictamente a su sentido marxista, sino que alude también a aquello “otro” que está en el sujeto e irrumpe, a otra temporalidad distinta de la conciencia racional? (3) Por otra parte, Freire impugnaba la “forma narrativa”, discursiva, disertadora, de la relación entre educando y educador, el vaciamiento de sentido de la palabra (4), en un intento por restituirle a la palabra su significado en lo que indica también una importante valorización del lenguaje “para nombrar el mundo”.
Las escrituras académicas en las instituciones universitarias también pueden pensarse en esta tensión entre lo poético y político. Oscilan, en estas últimas décadas, entre el cumplimiento de las pautas formales y la actualización de contenidos/conocimientos en boga y la producción de ensayos, en los que pareciera ponerse en juego la cuestión de la subjetividad (5), de las lecturas propias, pero también formas de des-aprendizajes en un escenario de invalidación de las tradiciones universitarias y de crecientes conflictos y desfases entre el contexto y la producción universitaria: el ensayo, ¿no “ensaya” un gesto poético que impugna en algunos casos la verdad/saber de la propia institución e introduce lo desconocido del nuevo tiempo histórico?
Si algo de este orden sucede en las escrituras académicas, interesa detenernos en lo que sucede con el tránsito inverso, con la escritura poética que queda capturada por la experiencia política. Según Badiou, la poesía puede entenderse como “el arte del vínculo entre la palabra y la experiencia” (Badiou, 1999: 44). Harold Bloom ha señalado por su parte que un poema es “un tejido o una fabricación (...) y su función es representar, volver a traer una disposición y una palabra individuales” (2000: 16). Desde esta última definición en poesía, a diferencia de otras escrituras, habría un mayor peso de la palabra individual, la libertad del decir de un sujeto desde una experiencia histórica particular. Pero esa experiencia que convoca a una palabra propia, puede ser también la experiencia política (6). La mirada de Bloom, que enfatiza lo individual, está demasiado imbuida de la imagen del poeta romántico (7); Badiou, en cambio, intenta indagar las conexiones entre la invención política y el poema en el siglo XX.
El texto poético puede extrañarse de la política (en tanto representación colectiva de un nosotros imaginario), puede articularse a ella de una manera especial sin desdibujar su lenguaje propio, puede cargarse de una épica política (en la perspectiva de parte de la poesía nerudiana o de otros poetas latinoamericanos), o negar cualquier diálogo con el escenario de los otros y encerrarse en un mundo poético privado (8).
La búsqueda de una “voz propia”, que es la marca singular del poema, ubica al poeta en una posición de mayor libertad aún en un contexto notoriamente opresivo. Leí recientemente una antología de poetas guatemaltecos del siglo XX (9), y es notorio reconocer cómo esa poética, en un país desgarrado durante décadas por la violencia militar, oscila entre la poesía política y la poesía como museo íntimo, entre el compromiso militante y la desviación y el exilio interno: las biografías de los poetas están invariablemente atravesadas por esa experiencia política nacional (participen o no activamente en ella), que desgarra las historias particulares en forma pública o anónima.
La libertad como experiencia de la escritura poética se modula a la vez en la apertura de los sentidos, en la evocación de una memoria no voluntaria, en la producción de imágenes, en la comprensión profunda de un entorno, en el trabajo sobre el texto, pero a su vez lidiando con las marcas del contexto (opresivas, obturantes, liberadoras, etc.) en el propio texto poético, y en forma más amplia en la experiencia del poeta.
Un caso para analizar es la poesía denominada política. En ella se pondría en juego de modo particular esa “libertad entre poética y política”. Cada tanto la poesía política es tema de debate en publicaciones y eventos, de alguna manera porque se presume que algo aparentemente inconciliable se combina en ese producto: si la poética supone la implicación de los sentidos como rasgo central, el predominio de una dimensión estética, la política se refiere a aquello que interesa a la sociedad, a los otros, que convoca invariablemente a la acción, como señala Arendt (10). Extraña pareja que merece nos detengamos un poco.
En un artículo titulado “Al filo de la oscuridad, ¿qué es la poesía política?” (en Diario de Poesía No36, verano 1995/6), Denise Levertov sostiene que la intimidad entre el escritor y la creencia política existe y es tan intensa como otras emociones. Según esta autora la mayor parte de la poesía política toma partido por la libertad, aun cuando el poeta se equivoque acerca del sitio donde la libertad se encuentra. En la poesía política, a diferencia de otras poéticas, se produciría una “osmosis entre lo personal y lo público, entre la afirmación y la canción”. El poema político incluiría un elemento que llama “didáctico”, que no debería divorciarse de lo lírico, en la medida en que la poseía política no obedece a leyes especiales, sino que debería estar sujeta a aquellas que gobiernan toda clase de poesía. Esa “osmosis” es compleja, y se caracterizaría en la actualidad por el poema corto.
En la misma publicación en la que el artículo de Levertov aparece, hay también una pregunta -“¿cómo sería posible pensar hoy la relación entre poesía y política?”- dirigida a distintos escritores sobre la poesía política. Me gustaría detenerme en algunas de esas respuestas.
Varios escritores sugerían que la relación entre poética y política, y en sentido más amplio entre arte y política, se debía explorar en el espacio de la recepción y la lectura, y en el de la crítica, y no tanto en el formato o en los contenidos de la literatura. Rasgo quizás de las escrituras de los 90 en las que -a diferencia de los 70- los contenidos políticos son más sutiles, más híbridos, menos militantes, están más ausentes. En buena medida este cambio podría tenerse en cuenta para analizar las escrituras pedagógicas de los 70 y las de los 90, en las que se verifica un mismo corrimiento de lo real-político a formas de teorización política.
Pero esa sugerencia de detenerse en la lectura para analizar la relación arte-política, también podría pensarse retrospectivamente, es decir para la producción de nuevas lecturas de viejos textos. En otro ejemplar del Diario de Poesía, en ocasión de un dossier sobre Francisco Urondo, se señalaba algo de este orden: “cómo leer a Urondo atendiendo sobre todo a la letra de sus poemas y luego como dar cuenta de una nueva lectura de algo leído hace tiempo y que reluce ahora y desconcierta como si antes no hubiera sido leído, o como si antes no se hubiera sabido leer” (Diario de Poesía, Nº 49, otoño/1999). Es decir, cómo producir nuevas lecturas de aquellas escrituras tan sobredeterminadas por lo político, lecturas que recuperen la dimensión poética de los textos que quedaron suturados por la experiencia política de los años 70 y del poeta.
En segundo lugar, y volviendo a la pregunta de Diario de Poesía sobre la relación entre poesía y política, me interesa detenerme en la respuesta dada por el poeta Leonidas Lamborghini, considerado como uno de los poetas políticos más importantes de la Argentina. Lamborghini señaló una cuestión muy interesante, y es que la introducción de lo político en el poema supone algo así como una lucha de poderes en el terreno de la escritura:
“Siempre hubo en mi poesía el intento de incorporar la política o lo político como un elemento insoslayable de la realidad en la que me veía y me veo sumergido hasta el cuello (la política -y la economía- se convierten en destino), pero con la pretensión de que lo político no agotara el poema. La política, en el interior del poema, jugando su poder frente al poder de la palabra poética, del poder de la poesía: esto constituiría la dinámica de esa relación. Una palabra que se vivifica y nutre de aquel poder pero que se resiste a ser meramente instrumentada por él(...)”.

Esta respuesta del poeta resulta muy sugerente para pensar la lucha por la libertad que se juega en la escritura (y quizás no sólo en este terreno), en la pulseada entre la poética y la política, en la lucha por el poder y el dominio de la palabra o del ideal, de lo lírico y lo didáctico en palabras de Levertov. ¿Quién instrumenta al otro, quién domina en el cuerpo del poema? ¿Acaso es una disputa entre la estética y la ética? La libertad, ¿se debate entre el gesto estético y el gesto ético? ¿Cómo sustraerse de la instrumentalidad política, desde la radical inutilidad de la palabra poética? ¿Cómo sobrevive la interrogación poética ante la afirmación política?
Otro punto en común para pensar poética y política se liga con la cuestión del tiempo. Bloom ha señalado que “todo poeta (...) se encuentra en la situación de “estar después del acontecimiento” en términos de lenguaje literario. Su arte es necesariamente una posterioridad (...)” (2000: 19). Esta posterioridad se liga con su visión de la poesía que, al igual que el funcionamiento onírico, se define como regresiva y arcaica (1991: 84).
Desde cierta perspectiva, la política trabaja a la vez en la producción del acontecimiento y en la nominación del acontecimiento que se produjo. Badiou ha pensado el orden de la política como aquello que remite a la “dimensión excesiva del acontecimiento” (1990:56), refiriéndose en particular a lo que va a llamar los acontecimientos oscuros (entre otros, Mayo del 68).
Esos acontecimientos estarían pendientes de nominación política, provocando que la filosofía tenga como nueva tarea “pensar la reapertura contemporánea de la posibilidad de la política a partir de los acontecimientos oscuros” (Ibídem: 56), producir una verdad post-acontecimiento, una verdad que no es estructural ni objetiva (Ibídem: 76).
En esa relación con el pasado y con el futuro (que suponen diversos procedimientos con la memoria y la imaginación), con lo arcaico y lo imposible en el análisis de Kristeva, la experiencia/escritura poética y política se modulan. Que esa experiencia no se produzca en esferas consideradas separadas, sino que pueda pensarse y escribirse desde distintas escenas, temporalidades y registros, es clave para la libertad creativa del sujeto. Escrituras y lecturas que puedan transitar distintas superficies, con la sola intención de construir / encontrar una voz propia, en uno o en los otros.


Citas:

1 El poema “Un golpe de dados jamás abolirá el azar” de Mallarmé cierra con la frase “Todo pensamiento lanza un golpe de dados”.

2 Fina Birulés sostiene que “la cercanía al “pensar poético” de W.Benjamin” de H.Arendt, como rasgo que se liga a otros rasgos: su “pensar sin barandillas”, la reivindicación de la memoria, etc (1997). Cabe retomar también las distinciones que hace Kristeva sobre pensamiento y a-pensamiento, sobre pensar en los límites de lo pensable, sobre escritura-pensamiento en su libro sobre la revuelta francesa (1998).

3 “¿Abrirá la lógica del cuerpo sensible y de la musicalidad otra escena en el corazón mismo del juicio que nos banaliza en nuestras vidas sociales? ¿otra humanidad, “poética” si se quiere, pero que sería en realidad otra lógica?” (Kristeva, 1998: 188).

4 Freire, Paulo (1985) Pedagogía del oprimido, Siglo XXI, Bs. As.

5 “El ensayo (...) antes que la índole objetiva de los hechos, se interesa en plasmar el impacto que tales hechos provocan en la sensibilidad de quien escribe y los analiza, procurando, ante todo, atestiguar la magnitud de ese impacto" (Kovadoff, 1998: 89).

6 Juan Gelman sostiene en el prólogo del libro de Francisco Urondo, Poemas de batalla: “no hubo abismo entre experiencia y poesía para Urondo” (1998: 7).

7 En Poesía y represión y La angustia de las influencias Harold Bloom se ha detenido precisamente en la tradición romántica de la poesía anglosajona, en lo que llama “poetas fuertes” ingleses y norteamericanos.

8 En plena década del 60, década marcada por procesos de politización de la sociedad, Alejandra Pizarnik explora en el terreno de la escritura los límites del lenguaje, en una suerte de desconexión de lo real-político.

9 Flores, Marco Antonio (2000) Poetas guatemaltecos del Siglo XX. Visión crítica. Bancafe. Guatemala.

10 En un sentido amplio, Arendt liga la política con la vida cuando señala: “Misión y fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio” (1997: 67)

Bibliografía:
- Arendt, Hannah, ¿Qué es la política?, Paidós, Barcelona.

- Badiou, Alain (1990) Manifiesto por la filosofía, Nueva Visión, Bs. As.

- Birulés, Fina (1997) “Introducción” en Arendt, Hannah, ¿Qué es la política?, Paidós, Barcelona.- Bloom, Harold (1991) La angustia de las influencias, Monte Avila editores, Caracas.

- Bloom, Harold (2000) Poesía y represión, Adriana Hidalgo editores, Bs. As. Flores, Marco Antonio (2000) Poetas guatemaltecos del Siglo XX. Visión crítica, Bancafe, Guatemala.

- Gelman Juan, Prefacio a Urondo, Francisco (1998) Poemas de batalla, Seix Barral, Bs. As.

- Kovadoff, Santiago (1998) “El ensayo en el espejo” en Percia, Marcelo (1998) Ensayo y subjetividad, Eudeba, Bs. As.

- Kristeva, Julia (1998) Sentido y sin sentido de la revuelta. Literatura y psicoanálisis, Eudeba, Bs. As.

- Levertov, Denise “Al filo de la oscuridad, ¿Qué es la poesía política?”, en Diario de Poesía No36, verano/1995-6.Diario de Poesía,No49, otoño/1999

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