viernes, 20 de noviembre de 2009

La mediación del maestro (1).
María Zambrano

No es posible desde hace ya largo tiempo poner en duda que la cultura de occidente se encuentre, en medio de tantos esplendores, en una honda crisis. No es posible tampoco desconocer desde hace algún tiempo que esta crisis sea la de la mediación en todas sus formas. Son ellos, en gran parte, mas en grado eminente, los mediadores mismos, quienes en forma cada vez más clara lo exponen, lo publican.La vida, no es necesario decir social, pues que la vida humana lo es de raíz y aún la vida sin más, necesita congénitamente de mediación. La vida, ella, en sus albores es ya una propuesta y una profecía de mediación, mediadora entre la materia no viva y todas las formas vivas que se suceden manifiestamente y aún aquellas otras no reveladas aún. Sin que quepa el separar al pensamiento de la vida, pues que toda vida es forma o la persigue: toda vida y la vida toda. La crisis pues, no puede ser sino la crisis de una forma, de una de esas formas de las que depende la suerte de la forma misma de la cultura o de la unidad histórica en cuestión. La crisis, ésta y cualquiera habida antes, no puede serlo verdaderamente sino de la mediación.Tenía por tanto que llegarnos este estallido que, en el largo proceso de la crisis, sólo desde hace poco se produce; de que sean las aulas y el maestro, que con su presencia hace que el aula sea un lugar vacío, quien aparezca en crisis, como si fuera su protagonista o como si fuera lo que en ellas sucede; el último fondo, el insoslayable, el sin remedio, el que justifica el que alguien diga –y muchos los gritan-: “¿Ven, ven cómo la continuidad de esta sociedad, de esta tradición de vida, de esta cultura, ya no es posible?”.Creen, se creen las nuevas generaciones ser los delatores de la crisis cuando ya sobre ella se había escrito tanto, pensado hasta el virtuosismo, tras minuciosos análisis que parecía agotado ya el tema, es decir, que comenzaba a creerse que en vez de insistirse sobre ella, había que recoger el resultado de tanto pensamiento analítico en una especie de olvido fecundo, en un cierto estado de inocencia, de “docta inocencia” para que germinara la síntesis. La síntesis en todos los aspectos: el puramente intelectual, el de las formas y estilos de vida, la síntesis que es la libertad misma en concreto.Y este “descubrimiento” de la crisis es lo que primero sorprende; en verdad, lo único que sorprende de la actitud de las novísimas generaciones. ¿Cómo ignoran la multitud y diversidad de denuncias y de diagnósticos, la “pasión” en suma del pensamiento y de las personas que tan inmediatamente ofrece la historia y aún lo que todavía no es historia cuajada? El repudio de la tradición parece envolver también a todo ello. Sólo algunos filósofos, de algunos ideólogos, de algunos críticos sobrenada el océano de la repulsa con que los jóvenes, al menos los que en nombre de la juventud se expresan, quieren anegarla toda entera. Y esto si, en el repertorio de la vida estudiantil, y más específicamente universitaria, aparece como un hecho peculiar de esta crisis. Ciertamente que un nuevo poder desde el primer tercio de este siglo se venía haciendo sentir, el poder estudiantil, el poder de la juventud universitaria. En algunos países por esos años –en algunos que les parecía increíble a los jóvenes de ahora- el tal “poder estudiantil” fue en ocasiones decisivo. Les sería muy fácil a los estudiantes “contestadores” el averiguar, el reunir noticias de este hecho. Es justamente la historia, incluida la que pudiera ser la suya específicamente, lo que más rechazan. Justamente la historia. Comenzar a vivir de nuevo, sin mediación del tiempo.¿Qué hacer si es maestro, cómo mantenerse simplemente en su lugar? Allá sobre la tarima, ¿cómo subir a la cátedra? La mediación del maestro se muestra ya en el simple estar en el aula: ha de subir a la cátedra para mirar desde ella, hacia abajo y ver las frentes de sus alumnos todas levantadas hacia él, para recibir sus miradas desde sus rostros que son una interrogación, una pausa que acusa el silencio de sus palabras, en espera y en exigencia de que suene la palabra del maestro, “ahora, ya que te damos nuestra presencia –y para un joven su presencia vale todo- danos tu palabra”. Y aún, “tu palabra con tu presencia, la palabra de tu presencia o tu presencia hecha palabra a ver si corresponde a nuestro silencio – y el silencio es algo absoluto- y que tu gesto corresponda igualmente a nuestra quietud –la quietud esforzada como la de un pájaro que se detiene al borde de una ventana. Pues que todo ello –siente el maestro al recibir la mirada y al sentir la presencia del alumno- en todo ello va su sacrificio, el sacrificio de nuestra juventud.Y así, el maestro, bien inolvidable le resulta a quien ejerció ese ministerio, calla por un momento antes de empezar la clase, un momento que puede ser terrible, en que es pasivo, en que es él quien recibe en silencio y en quietud para aflorar con humilde audacia, ofreciendo presencia y palabra, aceptando comparecer él igualmente en sacrificio, rompiendo el silencio, sintiéndose medio, juzgado –implacablemente y sin apelación, remitiéndose pues a ese juicio, a algo por encima de las dos partes que cumplen el sacrificio que tiene lugar desde que las ha habido en un aula, al término inacabable de su mediación.Podría medirse quizás la autenticidad de un maestro por ese instante de silencio que precede a su palabra, por ese tenerse presente, por esa presentación de su persona antes de comenzar a darla en activo y aún por el imperceptible temblor que le sacude. Sin ellos, el maestro no llega a serlo por grande que sea su ciencia. Pues que ello anuncia el sacrificio, la entrega.Y todo depende de lo que suceda en ese instante que abre la clase cada día. De que en ese enfrentarse de maestros y alumnos no se produzca la dimisión de ninguna de las partes. De que el maestro no dimita arrastrado por el vértigo que acomete cuando se está solo, en un plano más alto, del silencio del aula. Y de no que se defienda tampoco del vértigo abroquelándose en la autoridad establecida. La dimisión arrastrará al maestro a querer situarse en el mismo plano del discípulo, a la falacidad de ser uno entre ellos, a protegerse refugiándose en una pseudo camaradería. Y la reacción defensiva le conduce a darse por ya hecho lo que de hacerse ha.Pues que una lección ha de darse en estado naciente. Se trata de la transmisión oral del conocimiento de un doble despertar, de una confluencia del saber y del no-saber –todavía. Y esto doblemente, pues que la pregunta del discípulo, esa que lleva grabada en su frente, se ha de manifestar y hacerse clara a él mismo. Pues que el alumno comienza a serlo cuando se le revela la pregunta dentro agazapada, a la pregunta que es, al ser formulada, el inicio del desertar de la madurez, la expresión misma de la libertad.No tener maestro es no tener a quién preguntar y más hondamente todavía, no tener ante quién preguntarse. Quedar encerrado dentro del laberinto primario que es la mente de todo hombre originariamente: quedar encerrado como el Minotauro, desbordante de ímpetu sin salida. La presencia del maestro que no ha dimitido –ni contradimitido- señala un punto, el único hacia el cual la atención se dispara. El alumno se yergue. Y es ese segundo instante, cuando el maestro, con su quietud, ha de entregarle lo que parece imposible de, ha de transmitirle, antes que un saber, un tiempo; un espacio de tiempo, un camino de tiempo. El maestro ha de llegar. Como el autor, para dar tiempo y luz, los elementos esenciales de toda mediación.Y ese tiempo que se abre como desde un centro común, el que se derrama por el aula envolviendo a maestro y discípulos, un tiempo naciente, que surge allí mismo, como un día que nace. Un tiempo vibrante y calmo; un despertar sin sobresaltos. Y es el maestro sin duda el que lo hace surgir, haciendo sentir al alumno que tiene todo el tiempo para descubrir y para irse descubriendo, liberándolo de la ignorancia densa donde la pregunta se agazapa, de ese temor inicial que encadena la atención; el temor que dispara la violencia. Pues toda ignorancia tiende a liberarse en la agresividad, la del Minotauro en su oscuro laberinto. Toda vida está en principio aprisionada, enredada en su propio ímpetu. Y el maestro ha de ser quien abra la posibilidad, la realidad de otro modo de vida, la de verdad. Una conversación es lo más justo que sea llamada la actitud del maestro. La oscuridad. La inicial resistencia del que irrumpe en las aulas, se torna en atención. La pregunta comienza a desplegarse. La ignorancia despierta es ya inteligencia en acto. Y el maestro ha dejado de sentir el vértigo de la distancia y ese desierto de la cátedra como todos, pródigo en tentaciones. Ignorancia y saber circular, se despiertan igualmente por parte del maestro y del alumno, que sólo entonces comienza a ser discípulo. Nace el diálogo.
La vocación del maestro.
Todas las vocaciones tienen algo en común, sin duda alguna. El ahondar en ese luminoso fenómeno que es la vocación exige todo un tratado, pero más todavía un sistema de pensamiento desde el cual la vocación aparezca como algo inteligible; como uno de esos inteligibles que no solamente se entienden sino que hacen entender. Y la mayor parte de los sistemas filosóficos del mundo moderno, y de las ideologías que lo llenan, no dejan lugar siquiera a que se tenga en cuenta el hecho de la vocación; es más, ni siquiera la palabra misma, vocación, puede ser usada.Y así, en vez de vocación se habla de profesión, despojando a esta palabra de su primordial sentido, haciéndola equivalente de ocupación o de simple trabajar para ganarse la vida.Pues que la palabra vocación tiene, como todas, sus afines: está enclavada dentro de lo que podemos llamar la constelación y así hay palabras que son como consanguíneas, que corren la misma suerte, como sucede con la palabra destino, por ejemplo. Tampoco se puede hablar de destino cuando no resulta claro referirse a la vocación. Y las personas tienen en vez de destino, empleo: el “destino” de un ser humano queda reducido a encontrar, dentro de los empleos que le son asequibles, el que le resulte más conveniente.Para que la vocación y el destino de una persona aparezcan es necesario un sistema de pensamiento que deje lugar al individuo, lo que equivale a decir la libertad. A esa libertad que es el medio en que vive, intangible, la persona. El individuo intercambiable con otro, al que no se le puede arrancar su secreto último que solamente la vida irá librando a la luz. Y dentro del cual alienta la persona cuyos límites no pueden ser trazados de antemano simplemente situándola dentro de la condición humana, pero nada más. Pues que toda humana persona es ante todo promesa. Una promesa de realización creadora. Cuando se siente al prójimo como persona se espera siempre de él y, en consecuencia, uno de los mayores dolores que nos depara la vida es el asistir al hundimiento o a la falsificación de esa promesa. Adelantándonos un poco dentro de nuestro tema, diremos que es éste uno de los pesares que especialmente incitan a quien tiene la vocación de maestro.Al abordar, pues, la vocación específica de ser maestro, educado, nos encontramos ante todo con el fenómeno de la vocación en general, con la esencia de la vocación. Tenemos necesidad de preguntarnos qué es la vocación para inquirir luego lo propio de la vocación del maestro. Y lo primero que encontramos es que dentro de la filosofía moderna no existe un ámbito adecuado para que el hecho real de la vocación y su esencia se den a conocer. Diremos sin ánimo de agotar la cuestión, por qué: diremos algo de la filosofía que se necesita para que tal aspecto esencialmente humano de la vida aparezca. Y a esta luz nos acercaremos a considerar que sea la vocación en general y cual en su especificidad la de ser maestro.
***A partir del racionalismo moderno inaugurado por Descartes diríamos que la condición humana ha sido un tanto abandonada por la razón. Yo soy una cosa que piensa, dice Descartes como es tan notorio. Así, con ellos el hombre queda reducido a su sola condición de pensar en la que se encuentra con la evidencia de existir. En sus “Meditaciones” Descartes habla del alma y de Dios y recurre a las tradicionales pruebas para mostrar la existencia de ser divino y la inmortalidad del alma. Mas una idea completa del hombre, una noción que descubre la totalidad del ser humano no aparece dentro de este pensamiento. Y lo que es más grave, tampoco aparece la trascendencia concreta de este ser que queda reducida y sobreentendida al pensar y al pensar evidente. El íntimo fondo de ser humano queda desconocido, sumergido en la oscuridad. Esta situación se reitera en la muy moderna Fenomenología de Husserl que como él mismo reconociera en la obra “Meditaciones cartesianas” recurre, tiene su origen en Descartes como fuente. Las dos se instalan en la pura razón, y bajo ella el hombre resulta un desconocido.Este racionalismo culmina en Hegel porque se hace idealismo, es decir que en él toda la realidad está en la Idea –así con mayúscula- cuya encarnación se da en la historia y en su virtud “toda la historia es sagrada”; el Estado es el lugar donde tal encarnación tiene lugar y por tanto el individuo queda a él supeditado y no solamente en tanto que el Estado tenga autoridad y poder, sino porque lo real reside en él; es un verdadero mediador. Mas un mediador que no concede nada al individuo sino la conciencia de su justificación total al ponerse totalmente a su servicio. Educar pues, educar para el Estado no para desarrollar las posibilidades de la existencia humana.Era ineludible, paradójicamente era de razón que surgieran pensamientos filosóficos, ideologías que se alzaran contra este más que supremo, absoluto imperativo de la idea-razón; paradójicamente porque estas respuestas eran al menos en parte irracionalistas. Comte, Kierkergaard, Nietzsche, son los portadores de esta profunda protesta del ser humano frente a una razón grandiosa mas aniquiladora de su íntima sustancia, de su sustancia individual. Y aún de la realidad misma, que se aparece por sí misma, imprevisible, en algunos casos contradictoria, fragmentaria. Y aún en nombre del conocimiento mismo que no puede darse en humana criatura tal como Hegel postulaba en el “saber absoluto”, el único ciertamente adecuado a su concepción de su Idea-razón encarnada en la humana historia asumida por el Estado.Comte da la voz en nombre de la realidad, de las cosas tal como ellas son; se hace sentir en algo todavía –“a las cosas, hay que volver a las cosas”. Y de ahí el positivismo básico de toda filosofía moderna, incluida la Fenomenología de Husserl, intento de captar las cosas en su multiplicidad, desde la unidad de la conciencia, que es cierto –en el pensamiento de Husserl- salva la verdad a costa del ser.Y así fragmentariamente en la filosofía que se alza frente a Hegel, vamos viendo cómo se salvan por separado las estancias esenciales del ser, de la realidad y de la razón. En Comte, la realidad de las cosas a las que hay que atender, observar, estudiar por todos los métodos posibles. Más tarde, y frente al psicologismo, esta última forma de relativismo que había prosperado mientras tanto, el pensamiento de Husserl rescata la existencia de la verdad partiendo justamente de la intencionalidad de que están dotados los fenómenos de la conciencia.Kierkegaard, por su parte, contemporáneo de Comte, revela frente al “saber absoluto” postulado por Hegel, la condición de la existencia humana precaria, sometida a la muerte, a la ignorancia, a la culpa originaria. Como se sabe es Kierkegaard el arranque, sino la fuente de los actuales existencialismos, incluido el de Heidegger, que no acepta para su filosofía esa denominación mas que ha sido quien ha restaurado la existencia frente a la esencia postulada por Husserl. En Kierkegaard pues comienza el rescate para el pensamiento filosófico de la condición humana tal como ella se da en concreto; es el hombre con su constitutiva indigencia, con su eterna e irrenunciable aspiración quien de nuevo muestra su rostro; “Ecce homo” podría titularse el conjunto de la obra del singular pensador danés (y dicho sea entre paréntesis, fue Don Miguel de Unamuno uno de los primeros en Europa, o el primero quizás, en darse cuenta y valorar el pensamiento de Kierkegaard: para ello hubo de aprender el danés, ya que ni siquiera en alemán estaba traducido. Cosa que no deja de proporcionar materia a la reflexión acerca del pensamiento español).“Ecce homo” es el título de uno de los más apasionados y apasionantes libros de Nietzsche. Su acción en el campo de la filosofía fue sobre todo crítica y aún destructora, mas fue llevado a ella aguijoneado como por un tábano en el afán de descubrir la vida en toda su potencia y esplendor y el hombre como señor de ella: anticristiano, al menos según sus declaraciones, excavó en la historia de occidente hasta encontrar algo divino, vital: persiguió el descreimiento de una vida divina y humana al par, y creyó encontrarla en el dios griego Dionisios, argé de la tragedia griega y fuente de una concepción trágica y heroica de la vida. Pero más allá de esta concepción trágica, queda la revalorización de la vida que el filósofo-poeta –pues para ello había que ser poeta también- Nietzsche nos ha legado.Tenemos pues así, como revelaciones esenciales –pues hay otras- en el pensamiento moderno antihegeliano estas tres cosas: la realidad, el hombre, la verdad y la vida. Más, como venimos anotando por separado, de Hegel quedará siempre un cierto sentido de la historia, de la historia como un contenido, con un argumento que en ella se desarrolla sea el que sea: quedará la universalidad de la historia humana y aún, llevándolo a sus justos límites, el “ser” del Estado, de un estado ligado indisolublemente a la moral del individuo y del cual, por tanto, el individuo no puede desentenderse.En este clima nació la filosofía de la Razón Vital de Ortega y Gasset que se encamina a integrar razón y vida; a algo más que a integrar en realidad, a descubrir; toda filosofía pretende o por los menos aspira –a descubrir algo radical y universal-, a descubrir en la vida la razón de manera tal de enunciar que la vida, ella, es racional, y la historia, dimensión esencial de la vida, sistema.Señala por lo menos el pensamiento de la Razón Vital la dirección a seguir, la vía integradora o rescatadora de la unidad perdida, de la fragmentada unidad entre realidad y verdad, entre razón y vida humana; mas discípulos de este pensamiento como somos, no podemos por lo menos declarar que dentro de la Razón Vital lejos de rescatarse el ser y su unidad, la identidad, su crítica implacable constituye una de las etapas en el camino de la Razón Vital. Y quien esto escribe entiende que el ser, el ser en cuanto tal y el ser en el hombre y del hombre, que la uni… (2) ella, como identidad y la identidad suprema, último del ser humano son irrenunciables.Se trata pues, en el acto del pensamiento filosófico de hoy, de restar el ser sin perder de vista la realidad; de revelar la vida sin revelar al mismo tiempo la razón; de descubrir la integridad humana sin desconocer ninguno de los aspectos que la integran. Sin pretensiones de llegar a un “saber absoluto” reconocer el absoluto, bajo el cual la relatividad de la razón humana ha de mantenerse con esa impavidez nacida al propio tiempo de la fe en la absoluta razón y del conocimiento de sus propios límites. Unos límites ciertamente que pueden y han de irse ensanchando no infinitamente, pero si indefinidamente.Esperemos que al paciente lector no le haya parecido demasiado largo lo que no es un rodeo, sino un inevitable recordar ordenadamente la situación actual del pensamiento filosófico para mostrar nuestra primera aserción de que en la hora presente no se ofrece en toda su plenitud ninguna filosofía que haga visible el hecho humano, humanismo de la vocación; y añadimos hora, que quizás haya de ser ella, la vocación, uno de los caminos para que tal pensamiento integrador se vaya revelando.
***¿Qué es pues, la vocación?, nos preguntamos. Atengámonos, por el momento, a una descripción lo más fiel posible, a una descripción en tanto fenomenológica.Vocación es un sustantivo, mas, como se sabe en unos casos, es el sustantivo portador de la significación esencial, radical, mientras que en otro lo es el adjetivo correspondiente, mientras que en otros casos es el verbo. Como se trata de un proceso de la vida humana, de una condición del hombre o de un modo de ser, sucede que el adjetivo sea la sede de la significación primaria de la cual el sustantivo se ha derivado. Por ejemplo: se ha descubierto que el origen primario de la palabra religión es el adjetivo latino “religiosus”, que simplemente significaba originariamente escrupulosos, y no en abstracto, sino muy concretamente como suele ser todo adjetivo inicial; quería decir la condición de aquel que caminando por la calle cuidaba de apartar las piedrecitas del camino para que aquellos que venían detrás de él no tropezaran, acción tan cargada de significado que no requiere comentario. Hay acciones minúsculas prometidas a un incalculable porvenir. Cuando se trata de acciones, en cambio, el verbo antecede en sentido y es a manera del depositario de la significación, por ejemplo: el pensar y el ver, el mismo ir y tantos otros. Mucho y muy continuamente habrá tenido que pensar alguien para ser llamado pensante o pensar mucho, y muy claramente habrá tenido que ver para ser llamado vidente. El viandante, en cambio, puede haber sido llamado así, o bien por ir y estar yendo de continuo, o bien por ser así nombrado cuando está yendo o cuando llega a un lugar donde no se le (conoce), porque el ir antes que engendrar una condición, crea un estado, una situación.De vocación no hay verbo, hay sustantivo y adjetivo en calidad de participio pasivo, que por cierto no resulta muy bello en español, el estar vocado. Es el sustantivo quien se lleva casi por completo la significación y la expresión de este proceso. El sujeto es pasivo. Pasivo y activo a la vez, pues que nuestra consideración no es gramatical. Cuando se dice “yo tengo vocación” el sujeto es activo sin duda alguna, gramaticalmente, mas sería más fiel a la realidad de tal proceso el decir “yo estoy vocado”, por lo que iremos viendo de la vocación. Como se sabe, la palabra viene del verbo latino “vocare”, llamar: la vocación es pues una llamada. Una llamada que al servir para designar al sujeto que la recibe, para calificarlo, para definirlo inclusive, es porque es una llamada o ida y seguida. “Vocare” viene de la raíz “vox, vocis”, la voz. La vocación pues no es la misma voz, sino algo que resulta de ella es algo que ha sucedido a consecuencia de esa voz y que adquiere entidad. La adquiere, claro está, en quien la acoge y no solamente la oye.La voz de donde vocación se deriva pide ser seguida, tenue o imperante, suave o dominante, pide lo mismo, obedecer, y no es un solo momento, sino en un constante y creciente ir haciendo, haciendo eso que la llamada pide, declarándolo y otras veces, simplemente, insinuándolo, más exigiéndolo siempre.Y así la vocación participa a la vez de ser un proceso que tiene lugar en un ser humano y de ser una especie entidad, algo autónomo y que ejerce influencia, como desde arriba planeando sobre la vida individual.La vocación tiene sus grados según se haga sentir más o menos clara e intensamente, según sea lo extraordinario de su exigencia, pues que hay vocaciones heroicas, y las hay que piden el sacrificio total de una vida, mas es común a todas el pedir entrega, dedicación. La vocación, vista desde el que la tiene, es una ofrenda. Y la ofrenda completa en un ser humano es de lo que se hace y de lo que se es.Es por tanto una acción trascendente del ser, una “salida”, si podemos decir del ser humano, de sus propios confines, para ir a verterse más allá. Es un recogerse para luego volcarse: un ensimismarse para manifestarse con mayor plenitud. Tiene dos aspectos al parecer contrarios el proceso de vocación cuando se cumple: un adentramiento del sujeto, un penetrar más hondamente en lo que tradicionalmente se llama el interior del ánimo, y el movimiento que podría ser contrario y que es complementario; al manifestarse tan enteramente como sea posible; un aspecto que puede aparecer como negativo frente al prójimo y frente al mundo exterior, y un momento subsiguiente de manifestación expansiva, generosa, como un buzo que desciende al fondo de los mares para reaparecer luego con los brazos llenos de algo arrancado que con fatiga sin cuento y que lo da sin darse siquiera mucha cuenta de lo que le he costado y de que lo está regalando, a quienes ni siquiera en ciertas ocasiones lo esperaban porque no lo conocían. Pues que la vocación de algunos es quien ha traído al mundo cosas nuevas; palabras nunca dichas anteriormente, pensamientos no pensados, claridades ocultas, descubrimiento de leyes no sospechadas, y hasta sentimientos que yacían en el corazón de cada hombre sin aliento y sin derecho a la existencia.Sólo por obra de la vocación heroica, mantenida día tras día, han llegado a todos, para el bien común, conocimientos que hoy en día son elementales pero que parecieron locura al ser expuestos, como tantos ejemplos hay de sobra conocidos. Salta a la memoria por tratarse quizás de uno de esos usos cuya omisión sería hoy tenida por delito, la de la simple asepain… en la obstetricia, que le costó miseria, persecución hasta la pérdida de la razón al médico Sommerwils no hace dos siglos siquiera en Europa. ¿Qué voz sostuvo a este hombre en su desvalimiento y le llevó a arrostrarlo todo para ofrecer a los demás esta elemental verdad salvadora de tantas y tan preciosas vidas? Pues que si toda humana vida es preciosa, lo ha de ser en grado eminente la de la madre en el momento en que es madre y la del hombre que nace.Esta voz es sin duda la de la verdad, pero no bastaría para consumir toda una vida en un semejante sacrificio –uno de tantos, repetimos- la verdad en abstracto, la verdad puramente teórica o mirada como en un espejo no conduce a la ofrenda total, y a veces a una ofrenda menos costosa. Es la verdad sin duda, mas junto con algo que ha de tener sus raíces en la zona afectiva, ya que, como es sabido, es el sentimiento el que impulsa la voluntad, el verdadero motor.Y así, en estos dos aspectos de la vocación que hemos señalado –la interiorización y la exteriorización dadivosa- vemos que ella trasciende los dos temperamentos más conocidos hoy día: el intravertido y el extravertido, pues que los unifica y los convierte en complementarios. Y por ello una persona de natural intravertido llevada por la vocación llegara a manifestarse ante el prójimo y aún ante el público con la máxima eficacia y aún el pavorosamente tímido será un buen orador, un excelente maestro o un gran actor teatral si de ello tiene la vocación; y paralelamente al individuo extravertido será capaz de pasar horas y días y aún épocas enteras de su vida, en lugar apartado, sumido en el estudio y en la meditación, si el cumplimiento de su vocación se lo exige.Lo cual nos conduce a la consideración de un punto de extrema importancia y el cual diferimos de la creencia, de la suposición más bien de que es el temperamento quien decide la vocación, lo que equivale a decir que es la estructura psíquica del individuo quien le hace recorrer uno u otro camino. Y sin embargo, sin entrar en consideraciones teóricas de ninguna clase, la simple observación de todos los días nos da noticia de que la mejor actriz del siglo ha sido una mujer tímida en modo enfermizo; de que el Doctor Sweichzer que tan clara estela ha dejado, fuera por temperamento un hombre de “interior” en todos los sentidos: músico, filósofo, un poco teólogo, y que un día por amor a los abandonados y aún excluidos de la civilización, dejara su celda y fuera a compartir instante a instante su vida al abierto rodeado siempre de gentes, teniendo que organizar, que ser práctico y así día tras día, año tras año, hurtando un poco de tiempo a la convivencia para quedarse a solas como le placía estar. Y ante la mirada del lector desfilarán otros muchos casos conocidos donde se da la misma paradoja.No coincide tampoco siempre la vocación con los gustos y lo que es más grave, con las aptitudes, con los llamados talentos. Cosa esta última que puede ser dramática y que en un principio lo es siempre. Que la vocación sea cosa distinta de los gustos se muestra bien a la vista en lo corriente que es el que una persona dominada por una vocación determinada, tenga una afición de tipo muy diferente y que a ella dedique con avidez el tiempo que le esté permitido, como si quisiera resarcirse de la servidumbre de su vocación y quisiera ofrecerse a sí mismo ese regalo, como si fuera el gusto que está salvando desde el bajo del peso de esa, su dedicación, que al menos en apariencia, podría dejar si quisiera; y ésa es la cuestión de quién tiene una vocación, no puede ni tan siquiera querer librarse de ella, aunque le sienta como una servidumbre.La esencia de la vocación y su manifestación igualmente es la ineludibilidad. Mas como el hombre es ante todo libre, puede siempre eludirla. Y no hay sino una contradicción aparente en estas dos aserciones, pues que al eludir lo ineludible algo sucede, algo así como que la persona vaya quedando progresivamente desustanciada, expresión ésta que sería interesante una vez analizar. Ha fallado en su vida, en lo que la vida que le han dado más tiene de suya, y ella lo sabe. Todo lo que vaya haciendo cada día estará dictado por el afán de justificarse desde el punto de vista moral. Una afanosa broga… más fatigosa en verdad que todos los trabajos que el seguir la vocación le hubiese deparado. Sísifo acarreando su roca sin descanso podría ser el símbolo de esta fatiga destructora.Pues que en la vocación se revela en modo privilegiado la esencia trascendente del hombre y su realización concreta. En ella aparecen unidos los planos y estancias del ser y de la realidad, del hombre y de la vida que al principio de estas páginas señalamos como integrantes de la totalidad del universo del hombre incluido él mismo. Ella los une realizándolos.La vocación hace que la razón se concrete, se encarne, diríamos, y que la vida se sustancialize y se realice al par, uniendo así vida, ser y realidad. Y como todo ello sucede dentro del orbe de todos, la razón total, la razón del mundo está en ella incluida y por ella, al par, manifestado.
La vocación del maestro. La mediación.
Toda vocación es esencia mediadora. Lo hemos ido viendo en todas sus notas sorprendidas empíricamente, y en la consideración final que pudiéramos llamar metafísica. Mediadora entre las fuerzas y modalidades que constituyen al individuo, entre los planos del ser y de la realidad, de la vida y de la razón. Mas es mediadora también y en grado eminente en sentido social; es mediadora entre el individuo y la sociedad, pues que toda vocación al acabar en una ofrenda es por esencia de naturaleza social. Nada hay que ligue más que ella al individuo con la sociedad, ni la heredada posición social ni los oficios del poder, ni las apariciones fulguran antes en la escena creando este vínculo entre el individuo y la sociedad del modo permanente en que se da cuando el maestro cumple su vocación.Sigue siendo un método seguro para descubrir el ser de algo el situarlo dentro de su especie, según hemos procurado hacer, y el ver luego las diferencias dentro de ella con el género o los géneros más próximos. Y así intentaremos hacerlo.En este caso la etimología de la palabra maestro no nos alumbra mucho, pues viene de “magister”, como bien sabido es, y “magister” dicen que de “magis”; un adverbio comparativo. Es un grado supremo pues es lo más. Pero este más, ¿a qué otro se refiere que sea menos? No aparece tan claramente. Pues que de una parte el grado de maestro es más que el de aprendiz en los oficios de artesanías –cosa ésta que conviene no olvidar- y más que el de estudiante o licenciado y aún doctor, si de estudios se trata. El maestro es pues más de lo que él mismo era antes de llegar a serlo, el peldaño superior de una escala, la copa de un árbol. Ha tenido que llegar a serlo, en suma. Es pues un cumplimiento, un término más allá del cual no hay ningún otro. En el caso de los oficios y artesanías se trata del grado supremo del hacer, en el de los estudios del saber, mas no tan simplemente, del saber de aquello que hay que enseñar y de saber enseñarlo, lo que no deja de ser cierto igualmente para el hacer de los oficios.Se trata pues de un grado transmisor por excelencia, por esencia, ya que el aprendiz o el estudiante puede trasmitir algo a sus compañeros, si así no lo hace no falta a su deber, mientras el maestro deja de serlo se convierte en una contrafigura de su ser, si no logra transmitir el modo a quienes le están encomendando, en principio a todos, su enseñanza. De ahí que el maestro que tanto terror despierta en el alumno porque se examina él se está examinando siempre: su actuación es un perpetuo examen, una continua prueba.Se cuenta de las antiguas iniciaciones en las religiones histéricas que el iniciado había de someterse a una cadena de pruebas. Mas el maestro es diferente de ellos también, pues de adquirir su grado supremo ha de pasar por pruebas no exentas de dificultad, mas luego se encuentra en una prueba sin fin, de toda hora. Es una condición que se adquiere, mas a condición de ser readquirida a cada instante. Y puede perderse, pues muchos habrán sido maestros cumplidamente durante un tiempo de su vida, y luego un día ya no podrán seguir siéndolo. Y entonces el haber sido maestro queda como algo esencial sin duda de la persona, mas que no la define por completo; se dirá de ella cuando desaparezca en ese recuento biográfico que la muerte no perdona, que fue maestro también, y si no fue luego alguna otra cosa quedará como alguien que se detuvo a mitad del camino. A no ser que haya dejado de ser maestro de un modo para serlo de algún otro; ya que se puede y aún es necesario que el magisterio se ejerza de muchas maneras en una sociedad.Y tanto es así que dentro de la misma sociedad en que vive el maestro hay funciones lindantes con la suya y que a veces coinciden con ella felizmente y que en otras parecen invadirla. Pues que no sucede por simple azar que algunos regímenes políticos, algunos hombres de estado (choquen) con el magisterio establecido y (reinante). Y que el cuerpo escolar en su integridad se mueva dentro de dimensiones que podemos llamar políticas. Ello sucede de hecho por diversos motivos, legítimos o ilegítimos, más sucede en algunos casos por algo, por un elemento que es el único que aquí nos interesa considerar, porque el tal Estado a través de algunos de sus representantes invaden la condición del maestro y por tanto la del discípulo indebidamente. En cambio, cuando el Estado, a través de sus máximos representantes, ejerce una función educativa, se llega a o más –aquí también tenemos lo más- que un Estado puede llegar.Pues no ha sido posible hacer la teoría de un Estado perfecto, desde la República de Platón –perfecto en cuanto a la intención de que así fuera- sin concebirlo como educador. Y de otra parte, tampoco ha sido apenas posible el diseñar una educación en toda su escala sin tener presente la existencia del Estado, sin contar con lo que los griegos entendían por “Polis”. Es que tanto el político como el maestro son mediadores, como lo es el pensador y el artista –el poeta- son dos grupos de mediación un tanto diferente. Y es lo que tenemos que precisar. Todo hombre que crea y hace algo es mediador empezando por el hecho más común y extendido de tener hijos y cuidarlos. Padre y Madre son mediadores y aún diremos que lo son por excelencia: por ellos la vida se continúa y la cultura de que forman parte, el linaje y la ciudad y aquellos que los preside. No nos es posible detenernos aquí en la consideración de esta función mediadora en particular y menos aún en la consideración de la función mediadora del hombre en cuanto tal; no es otra cosa que el ejercicio de esa su esencia trascendente. Trascender es eso ante todo: mediar, ir y venir desde lugares extremos y si no es eso lo propio de lo humano, se quedará el hombre reducido a ser una criatura no muy diferente de las demás, se quedará privado de su situación singular en el mundo.Y como la vocación agudiza, extrema, lleva a la perfección lo esencial del hombre, quiere decir que toda vocación es mediadora. Y que trata tan solo de ver en este caso en qué forma lo es la de ser maestro y si acaso no lo es en modo eminente.El filósofo, el sabio, el artista son mediadores de una especie colindante con la del maestro porque transmiten algo, verdad, ciencia, belleza, mas no en una forma personal, directa sino a través de una obra, una obra que tiene un especial modo de existencia, esa que corresponde a lo que Husserl ha llamado “objetos ideales”, donde objeto ha de entenderse como algo dotado de autonomía e ideal como no encontrado en la realidad que se nos da. Ellos median entre la razón, la verdad, el bien, la belleza y la humana vida, siempre claro está, en el recinto de una sociedad; en el recinto de una sociedad de la que un día transmigran a otra no nacida siquiera cuando la tal obra fue lograda.Mas la mediación ejercida por el maestro tiene una última especificidad que se refiere al ser, ¡al ser viviente!Sabido es que en la lengua griega el verbo ser tiene como significado dos verbos procedentes de dos raíces diversas, el “eimi” y el “fyu” que significa crecer, crecer siendo. Raíz de donde viene “fysis”, naturaleza. Y bien el maestro es mediador con respecto al ser en cuanto crece, y crecer para lo humano es no sólo aumentar sino integrarse, es un animal, algo todavía más que desarrollarse como lo es para una planta y la ignorancia, entre la luz de la razón y la confusión en que inicialmente suele estar todo hombre. Mas lo es en función de que la criatura humana necesita de esos saberes múltiples y diversos para integrarse, para crecer en sentido propiamente humano, para ser; en razón de que ha menester que se encienda en su conciencia y en su ánimo la luz de la razón y de que una vez encendida se condense, germine diríamos. El crecimiento humano en esto no se distingue de los demás vivientes; parte de un germen que se va convirtiendo en una forma orgánica, sólo que en el hombre este germen o es doble o es uno que incluye con la vida la razón y la exigencia de llegar a ser una persona íntegramente. Y es justamente ahí donde se ejerce la acción del maestro, de donde arranca y donde vuelve una y otra vez ese movimiento circular que describe toda acción mediadora. Y así el maestro, al serlo del ser humano en tanto que es un ser que crece, ha de hacer descender, por así decir, sobre él, razón, vienia y verdad, también armonía y orden, fundamentos de la belleza en función justamente del ser; mediador ante todo y sobre todo del ser mismo, de ese ser –persistente problema de la filosofía- que mirado desde lejos parece inaccesible, y que luego fructifica en el hombre como en su terreno de elección.Esperemos pues, que haya quedado claro lo que enunciábamos al comienzo de estas páginas, o sea: que solamente un pensamiento que rescate el ser y la razón, la verdad y la vida para la existencia concreta del hombre estaría en condiciones de alumbrar y de sostener el fenómeno de la vocación que parece tan extraordinario y que resulta que de un modo o de otro todos tienen, aunque no lo sepan. Y que la vocación de maestro es la vocación entre todas la más indispensable, la más próxima a la del autor de una vida, pues que la conduce a su realización plena.
Noviembre de 1965.

Citas:
1 Estos textos de la filósofa española María Zambrano son inéditos, publicados por primera vez en este número de El Cardo. Agradecemos a Jorge Larrosa el habernos cedido éstos para su aparición en El Cardo.2 Resulta ilegible en el texto original de María Zambrano, aunque allí podría leerse la palabra unidad.

3 comentarios:

  1. ¡¡¡¡Brillante!!!!, sencillamente brillante

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  2. Interesante, aunque reconozco que debo leer nuevamente por el tipo de lenguaje que se emplea un tanto difícil de interpretar para mi. Felicidades!!

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  3. En relación a la tarea del docente de la escuela primaria y secundaria, y a la intervención del Estado en la organización de la enseñanza. Sugiero consultar un vídeo en la red sobre la educación en Finlandia

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