lunes, 12 de julio de 2010

Saussure, Pierce y Bajtin. El Signo de los tres

María Ledesma

Quiero enmarcar mi exposición en una concepción bajtiniana del discurso. Como sabemos, para Bajtin, en la sociedad aparecen multiplicidades de voces, con distintos acentos, distintos temas que se articulan en diversos estilos discursivos que expresan experiencias sociales diversas, muchas veces antagónicas…`Cada palabra expresa la profesión, el género, la corriente, el partido, la obra particular, el hombre particular, la generación, la edad, el día y la hora. Cada palabra expresa el contexto y los contextos en los que ha vivido su intensa vida social; todas las palabras y todas las formas son habitadas por intenciones. En la palabra, las armonías contextuales (de género, de corriente, de individuo) son inevitables (citado por Todorov: 1981,89). Sin embargo, esta heteroglosia, esta multiplicidad de acentos, difícilmente emergen en la consideración social y la variedad discursiva se muestra como monoglosia, discurso dominante, hegemónico, podríamos decir desde la conceptualización de Gramsci. Vale decir que lo que emerge es un sentido, un acento dominante que oculta otros sentidos y acentos también presentes pero no hegemónicos. Como dice Bajtin, los discursos son una de las escenas –muchas veces privilegiada- de la lucha de clases, cada vez más acallada por otras escenas, con nuevas construcciones cuya función es ocultar la profunda división social entre los que poseen y los que no poseen.

Quiero poner esta cuestión en el centro de mi exposición para intentar mostrar algunos de los sentidos y los acentos que aparecen (o desaparecen) detrás del tema que nos convoca, el giro lingüístico. Y lo pongo al lado de la expresión “luchas de clases” porque arriesgadamente quiero arcar que las diferentes interpretaciones y acentos que otorguemos al concepto de “giro lingüístico” llevan una marca de clase.

Estamos reunidos acá, pensando en el giro lingüístico en una época de desvalorización de la palabra. Hemos perdido las palabras que teníamos para sentir, los matices que usábamos para oler o tocar y gran parte de lo que señalábamos o mencionábamos se oculta bajo lo genérico “cosas”. Las variaciones para nombrarnos y llamarnos, se adelgazan bajo epítetos que, a pesar del uso, no dejan de ser sorprendentes. El lenguaje, tanto en su uso público como privado, se degrada cada vez más, vaciado de matices, de sentidos alternativos.

¿No hay una contradicción entonces entre el giro lingüístico y esta pobreza expresiva? o, para preguntarlo en términos orientados hacia la reflexión, ¿hay alguna relación entre el giro lingüístico que se ha dado en la esfera del saber y la pobreza lingüística que se da en la esfera del hacer?

¿A qué llamamos giro lingüístico? ¿Se trata de la denominación a près coûp de un momento del pensar? ¿Se trata de un modo de reconocer una ruptura epistemológica y, por lo tanto, la determinación de un hito? o ¿se trata, como quieren algunos de una metodología de abordaje de las prácticas sociales? Las preguntas apuntan a algunos de los sentidos que se despliegan alrededor del giro lingüístico.

Como bien señala Grunner, hay un giro lingüístico y un descubrimiento del giro lingüístico. Son dos instancias de producción distintas y con distintos efectos. El giro lingüístico original, anunciado por Nietzsche o Heidegger, ya había sugerido que una relación modificada con el lenguaje podía traer a escena nuevos modos de considerar los sentidos de nuestras prácticas sociales. En esta línea, encontramos Saussure, Peirce y Wittgenstein señalando la autonomía de la significación; en otro orden, a Gramsci mostrando el papel del lenguaje en la construcción de las hegemonías y las contra hegemonías sociopolíticas y a Bajtin Voloshinov enfatizando la dimensión ideológica del lenguaje.

Por mi parte, consideraré giro lingüístico a la torsión que se da en la consideración del lenguaje a comienzos del siglo XX pero la incluiré en una tradición más general, la de los llamados por Paul Ricoeur maestros de la sospecha, Nietzsche, Freud y Marx. Al alinearlos en esta serie, quiero enfatizar el carácter desnaturalizador del giro lingüístico respecto de los sentidos dominantes de nuestra cultura, en tanto pone de manifiesto el carácter imaginario de los sentidos sustancializados por la cultura de la misma manera que lo hicieran Nietzsche, Marx y Freud.

Casi cincuenta años más tarde, asistimos a la aparición de un modo de concebir los estudios sobre el lenguaje. Tantos desde los estudios europeos como desde los estudios producidos en Estados Unidos, el texto, el contexto, el lenguaje ordinario y sus maneras de abordajes generaron nuevos conceptos que cambiarían la dinámica y el modo de acceso a los hechos del lenguaje. Estructuralismo, Posestructuralismo, Pragmática, Lingüística del texto fueron algunas de las escuelas y disciplinas que se combinan en la caracterización de esta nueva etapa.

Más allá de la diferencia entre cada una de ellas, es posible señalar un punto de coincidencia central: el abandono definitivo de la consideración del lenguaje como una herramienta o instrumento de representación de la realidad. La generalización de este principio, influyó poderosamente en los modos de conocimiento de la sociedad que se orientaron a la identificación, descripción y análisis de los modos de producción y reproducción de los sentidos sociales en dos sentidos: el primero, efectivamente, elija la referencia de los objetos del mundo; el segundo, construye un universo textual tan cerrado que se concluye por creer – de buena fe- que los medios construyen la realidad.

En resumen, considero el giro lingüístico, en primera instancia, como aquel momento teórico que incluye el lenguaje en la conformación de las prácticas sociales pero en una segunda instancia, en un segundo momento como un saber que corre el riesgo de “naturalizar” dos ideas concluyentes: la idea de sentidos a la deriva y la de la omnipotencia constructora de los medios. Esta segunda instancia, olvida la pugna entre los sentidos; olvida que nunca se trata de cualquier sentido y que, en la determinación de “ese” sentido sobre los demás es la política quien tiene la palabra.

Trataré de mirar cuestiones, tomando como hilo conductor de la reflexión a tres nombres, tres hombres que hoy son tomados como paradigmas y motores de ese giro lingüístico: Saussure, Peirce y Bajtin.

Saussure y la lucha con el monstruo

No hace falta abundar en el papel que le cupo a Saussure en la caída de la consideración de la lengua como nomenclatura y en el establecimiento del principio acerca de la significación como relación entre signos y no entre palabras y cosas. Sabemos de la búsqueda del principio objetivo de los estudios lingüísticos y su descripción de la lengua como sistema de signos en el que nada es identidad y todo es diferencia. Sin embargo, no es de esto de lo que quiero hablar sino de otro aspecto de su investigación y, más que en el contenido de esa investigación, en un hecho biográfico, hechos que –como sabemos- frecuentemente son expulsados de la especulación textual.

En una carta de 1906 Saussure dice “He pasado dos meses interrogando al monstruo y operando sólo a tientas contra él, pero desde hace tres días no avanzo ni a golpes de artillería pesada” (citado por Starobinsky) ¿De qué se trata?

Apasionado por las formas poéticas latinas, Saussure; ha descubierto que los textos esconden una serie de palabras cuyos sonidos se dispersan por el texto: los anagramas. Los encuentra primero en los versos saturninos, luego en los discursos de Cicerón y finalmente en cualquier idioma o forma literaria. Cada vez con mayor nitidez, según nos cuenta Starobinsky, aparece reiteradamente esa forma de escritura hipo gramática que revela formas que, a su vez remiten a una gramática escondida, extendida más allá de la linealidad del texto. Estos anagramas se resuelven de dos maneras que no dejan de sorprender a Saussure: la aliteración y la palabra tema.

Pero, más allá de la razón de los anagramas, más allá de si eran o no una técnica de escritura, lo interesante para este trabajo es la posición del propio Saussure. En los cursos de Lingüística, ante discípulos sorprendidos que escuchan por primera vez cómo se construye en objeto de estudio, teoriza respecto de la lengua mientras que, por la noche, agachado sobre los textos, descubre anagramas que derrumban su certeza sobre la linealidad del significante. Se enfrenta así, si hemos de crear a Starobinsky y a Benveniste en batallas desgarradas contra ese monstruo que no deja de aparecer detrás de cada texto. Saussure se enfrenta a Saussure viendo cómo los anagramas descubiertos en los manuscritos y corroborados en cualquier obra poética, ponen en crisis la teoría del signo y uno de sus dos principios fundamentales: la linealidad.

Sabemos que Saussure no publicó nada: ni sus desarrollos sobre la lengua ni sus investigaciones en contra de la lengua. Sabemos que lo que de él sabemos, fue rescatado por discípulos primero y críticos después…Acá lo hago comparecer como la historia de un investigador desgarrado por la complejidad de una teoría de la que alcanzó a ver dos aspectos pero no la síntesis entre ambos y que, ante la imposibilidad de comprenderla, renunció los honores del descubridor y vivió poniendo en duda las certezas.

Bajtin y el stalinismo

Pocos años después, no demasiado lejos para las distancias actuales, en la Rusia revolucionaria, Bajtin libra otra batalla. Ignorando las batallas personales de Saussure, Bajtín criticó duramente la versión oficial de la teorización saussureana, oponiéndose a las dicotomías de lengua y habla y diacronía y sincronía y poniendo de relieve una concepción que, tal vez, hubiera aliviado la tensión de las noches de Saussure. En efecto, el acento en “la parole”, en el habla real propia de la interacción social, sin negar la vigencia de la lengua como principio ordenador de la lingüística, habría permitido dar un salto en la consideración de los textos que el ginebrino estudiara. Sin embargo, Bajtín que sólo conocía El curso de Lingüística, acusaba a Saussure, de “objetivismo abstracto”, de reduccionista esforzado por encorsetar la heterogeneidad, variación y riqueza en un sistema estable de formas establecidas. Para Bajtín, como bien nos recuerda Mancuso, la significación cognitiva y creativa está en cada discurso que, como dijimos es un escenario de la lucha de clases.

Sin embargo, no es de ese Bajtin del que quiero hablar: quiero hablar del Bajtin “marginal durante el zarismo, incipiente durante el bolcheviquismo, perseguido durante el estalinismo. Opositor, prisionero, exiliado, sobreviviente. Aun reconociendo estos sucesos, matices, una característica es constante: Bajtin nunca fue – ni quiso cuando pudo, al final de su vida durante el breve interregno de Jurij Adropov - una pieza importante de la academia científica soviética. Eso le dio a su escritura una característica de insobornable libertad y de absoluta honestidad autotélica. El precio de semejante odisea fue altísimo, tal vez excesivo: décadas de prisión, deportación, confinamiento en campos de prisioneros, detención en algún Gulag siberiano” (Mancuso 19). Ese Bajtin que moría enseñando literatura en colegios secundarios, al tiempo que todas las academias del mundo occidental comenzaban a proclamarlo como uno de los mayores y más lúcidos pensadores del siglo XX, es al que quiero convocar para hablar del giro lingüístico…

Peirce y la duda

Del multifacético y prolífico Peirce quiero considerar su concepción de la duda como motor del conocimiento. Al respecto, instala (o retoma de ilustres antecesores como Pascal) la diferenciación entre duda y creencia. Por supuesto no se trata de la duda cartesiana que duda de los sentidos y sólo cree en la razón. Alejado del pensamiento de la modernidad, Pierce señala:

- las creencias guían nuestros deseos y modelan muestras acciones.

- El sentimiento de creer es una indicación, más o menos segura que se ha establecido en nuestra naturaleza algún hábito.

- Este concepto de hábito que reencontraremos en el interpretante del signo, marca una inflexión con toda la tradición filosófica, desde Descartes en adelante, y lo vincula – como ya dijimos- con filósofos de los márgenes como Pascal, por ejemplo. “las pruebas sólo convencen al espíritu; la costumbre hace de nuestras pruebas las más fuertes y las más admitidas. Inclina al autómata, el cual sin darse cuenta arrastra el espíritu…Arrodillaos y creeréis” (Pensamientos).

Estas características determinan el espacio epistemológico del pensamiento de Peirce. A diferencia de la duda metódica, la duda como “sensación” es similar a la “creencia” que también lo es. Duda y creencia se alternan como factores que generan una espacie de equilibrio, en tanto ambas tienen aspectos positivos:

- la creencia nos pone en condiciones de que actuemos “de cierto modo, cuando llegue la ocasión”.

- La duda impulsa a la indignación.

Y “son ambas, en conjunción, las que nos constituyen como seres intelectuales” (Pierce, 1975:30).

Este punto es crucial a la hora de comprender la teoría del conocimiento de Peirce ya que muestra que, si bien los hechos ya estén interpretados (hábitos, creencias) no significa que agoten las interpretaciones. La duda, es ese acicate nervioso, casi inmediato, que lleva a un momento de desequilibrio para generar nuevas interpretaciones pero que irremediablemente cesa dejando en su lugar que se instale la creencia. Ese estado de tranquilidad que permite la acción se logra por diferentes vías: la especulación científica es sólo uno de ellos. La tenacidad ciega, la autoridad indiscutible y el consenso colectivo, son los otros tres modos que Peirce describe exhaustivamente. De entre esos modos quiero detenerme en el de la autoridad. Escuchemos: “la uniformidad de la opinión se logrará mediante un terrorismo moral al que la respetabilidad de la sociedad dará su cabal aprobación” (Pierce, ibidem: 36). Este método, fija tabúes y “es bastante singular que la persecución no venga siempre de fuera; antes bien los hombres se atormentan a sí mismos y a menudo se angustian sobremanera al descubrir que creen proposiciones a las cuales se les ha acostumbrado a mirar con aversión” (Peirce, ibidem:37)

La importancia de este aspecto salta a la vista a la hora de analizar las sociedades contemporáneas y los métodos de fijación de la creencia. La autoridad no es sólo violencia, la autoridad es la autoridad de aquellos que en cada momento son considerados “autorizados” para fijar opinión, ya que la autoridad está en relación con el “recto” modo de pensar propio de cada sociedad y contexto. La fuerza del hábito hará persistir en las viejas creencias.

Estos puntos nos obligan a detenernos en nuestras propias convicciones (creencias) teóricas y pedagógicas y repensar nuestros puntos de investigación: sostener la creencia, sin someterla por lo menos a cuestión, es engañarnos respecto de nuestros objetivos. Una idea clara (sea cual fuere), a pesar de los esfuerzos de los lógicos, es aquella a la que estamos habituados. Es por esto que he querido poner como centro de mi ponencia el propio carácter del giro lingüístico.

¿Qué tiene en común los tres aspectos que he considerado? Creo que si los leemos desde el planteo de Peirce es la incomodidad de la duda lo que permite que los unamos en un texto único.

Pensemos en Saussure, desarrollando dos textos, uno por la mañana, mientras daba clases, otro durante la noche, mientras peleaba a brazo partido con el monstruo, trabajo paralelo; increíble Penélope que tejía y destejía en una lucha infernal. Si hay algo que no existió en Saussure fue la comodidad de la creencia. Pensemos en Bajtin, figuras más trágicas del siglo XX, poniendo en duda a Saussure y a Freud (¡a quienes!) y haciendo avanzar el pensamiento, más allá de las persecuciones.

La incómoda duda peirceana actúa como sutura entre amabas historias y nos permite considerar nuevamente el giro lingüístico. Si por giro lingüístico se entiende que todo es lenguaje y la realidad y el propio sujeto son funciones del lenguaje, logra que se cierre toda grieta por la que emerge lo real y, aún más, logra que lo real desaparezca de la reflexión.

Si “la guerra no ha tenido lugar” el mundo deja de ser significante. Una concepción tal de giro lingüístico (y me refiero a los Derrida, a los Baudrillard) corre el riesgo de negar la diferencia que entre la realidad y su representación y el conflicto que se da entre ellos. Para decirlo con Grunner o Zizek: la lucha de clases existe y es justamente la otra escena que permite que se constituya el texto, que el giro lingüístico haya podido ser pensado aunque no haya podido aún generar acciones sobre la práctica (Gruner, 96).

El giro lingüístico es uno de los grandes modos en que se da la crisis de la modernidad pero naturalizado él mismo, herido con el arma de la denuncia, ha entrado en las academias (las sensatas academias alejadas de la duda) en las que, forzoso es decirlo, tuvieron muy poca suerte esos hombres reales llamados Ferdinand de Saussure, Charles Sanders Peirce y Mijail Baktin.

Decía, al comienzo, que se trata de la lucha de clases. Lucha y clases son conceptos que erradican la idea de indeferenciación, la idea de sentidos iguales, equivalentes, indistintos. Por el contrario, hablan de hegemonías, de dominaciones, de irreductibilidades. En el surgimiento, el giro lingüístico fue un instrumento teórico para entender esas dinámicas; casi un siglo después, esclerosado y llevado al extremo, es sólo un instrumento caduco de brillo infantil en algunas academias.

Buenos Aires, julio 06

Bibliografía

BAJTIN, M (1985) Estética de las creación verbal. México. Siglo XXI.

BENVENISTE, E (1971) “Discurso a los cincuenta años de la muerte de Saussure” en Problemas de lingüística general. T. II, Madrid. Siglo XXI.

GRUNNER, E. (2003) El fin de las pequeñas historias. Argentina. Paidós.

MANCUSO, H. (2005) La palabra viva, Argentina. Paidós.

PASCAL, B. (1940) Pensamientos. España. Espasa Calpe.

PEIRCE, CH (1971) Mi alegato a favor del pragmatismo. Argentina. Aguilar

STAROBINSKY, J. (1971) “Los anagramas de Ferdinand de Saussure (textos inéditos)”, en Ferdinand de Saussure, Fuentes Manuscritas y estudios críticos. Siglo XXI. México

TODOROV, T. (1981) Mikhail Bakhtine, le principe dialogique. Senil. París.

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